Este no es un poema
es mi renuncia:
es mi ciudad caída,
el mar sin olas
sobre una península superpuesta;
es la tierra sin abono,
es la tarde sin sus dudas,
son los años sin esquelas
y los albores sin vista
y los amores sin espera.
Es un árbol que cansado de crecer
no espera:
en el árido segmento
de tu ductil desprecio
decide secarse y perecer.
Esta es la respuesta
a tu pregunta:
es de mi síntesis la angustia,
el crepitar de tus estrellas;
lo último que escribo para ti.
Pongo sobre la mesa
mi renuncia por discapacidad.
No puedo encontrarte ya
sino como el síntoma fatal
que ha inscrito en los filamentos
del recuerdo
el ardor de la dicción fracaso
como desplome de su anhelo.
Adusta de la memoria
que has mancillado
has infectado
reminiscencia, sangre y lazos
como el fino estocado
de un alacrán que angustiado
causa petrificación
para defender de la desidia
sus trémulos engaños.
No puedo escribir ya de ti
sino para borrarte.
Has impedido
otra forma posible
en que pueda evocarte.
Has decidido
contratar un abismo
para imponerme el olvido a crédito fijo
de adscrito interés.
Mis recursos
ya zanjados,
mi trabajo en ti postrado,
las amarras de mis brazos
desplomadas de serlo
como el hambriento que exige perecer.
“Ya son polvo nuestros lazos”
gime el canto de nuestro antiguo fuego
sabiendo fue consuelo apenas
de un iluso frío engañado.
Y era el fuego el argumento
de mis fútiles razones
que intentaron disentir
con la joven presta a huir
e intentaron evocar la conveniencia
de memoria mas que urgencia
por dejar la lengua
y amansar la incertidumbre
no dispuesta a coincidir.
Impediste otra salida
cuando exigiste
abandonara mi tristeza
y me obligaste a posarme
sobre tus palabras muertas.
No esperes que te olvide
o te perdone:
no soy el Tiempo
amante astuto,
del que seducida
me exigiste diera vistos
de apariencia;
no me pidas que te evoque
sin tristeza,
no pretendas que es eterna mi paciencia,
no me mientas sobre esa cruel nostalgia
que apenas late derrotada
ante la furia de lo que ahora es tu extrañeza.
Ya no añoro
lo que juntos fuimos,
pues la fuerza de tus labios
transformaron
deformaron
denigraron
aquella tierna unión
que a fuerza de un pasado
no borrado: degradado
fue mutado y convertido
en la violencia de un amor
que ha traicionado su destino.
No esperes que te escriba ya
cuando exterminaste sin piedad
los mutuos signos de nuestra exclusiva lengua,
cuando lo acaecido es apatía,
cuando a través de tu facundia
en lugar de seguir viva
y compartir tu titubeo
me infectaste tu recuerdo
e incendiaste cada anhelo
que de ti
en mi latía.
Cuando temerosa y cruel
me arrebataste los signos
de tu propia vida. No me pidas.
Te encargaste dócil libre
de anular mi amor por ti.
La asesina deja huellas
pero tú borraste
de los crímenes contraste
y de los besos carmesí.
Para no temer tus culpas
decidiste apaciguarlas:
barriste las hojas
de la estación pasada,
mis pétalos de lienzo transparente.
Mi árbol seco ya no brota.
Sé que parezco muerto:
pero es preferible a colgarme el letrero
de un aroma inapresable
que ya no respiran mis tormentos.
Ahora espero germinar
muy lejos.
Dicen los jardineros viejos
astrónomos del porvenir
que cuando un árbol muere
nace una nebulosa.
Sea quizá que este amor
se convierta en “otra cosa”,
una lágrima sin su vertiente dolorosa
o un orgasmo que motive voluntad.
O un desprecio que te roa.
¿Por qué apareces luego?
Qué no entiendes ya que ruego
al santísimo no-creo
que tu imagen no aparezca
debajo de mi ropa,
en el diálogo de mesa,
en mis libros para olvidarte,
en los ojos de otra loca
en cuyo deseo pretendo
abolirte y superarte.
Alude el astro jardinero:
“si las hojas ya cayeron
no les pidas ya que vuelvan
a donde otra tarde florecieron”.
Incapaces inconexas
mis sílabas daltónicas
te reconocen apenas
—no esbozo motivaciones genealógicas:
sino deudas
con el signo de lo que en ti fueron aquellas.
Borraste las ideas que te daban sustento:
rechazaste las metáforas sobre tu propio cuerpo,
negaste nuestra historia mutua,
refutaste lo que antes para ti era bello
y me condenaste a indiferente anzuelo
de tu vorágine absoluta.
Pusiste nublos a ese atardecer
en cuyo beso quedabas sujetada,
y cambiaste las cartas de navegación
del cuerpo en que naufragué cierta mañana.
Sí, ahora eres libre.
Te dejo libre de la jaula
que haya sido este amante triste.
La cárcel se ha cerrado por dentro
y envuelta en su monólogo perenne
no se pierde,
sino alberga ahí en su centro
el tiempo posible del inmarcesible
deseo impasible.
Se han borrado ya
tus manos de mi espalda,
ya mis sueños no confunden
pechos tuyos con mis palmas.
No son versos, son razones,
lo que escribo.
No el amante,
el ciudadano apostillado ya
en otro vecindario
reconoce ante el desalojo
al que fue obligado
que incapaz de responder
sobre el pasado
ha sido convencido:
hasta su memoria se ha mudado.
Abril, 2013. Ciudad de México.
A propósito de renuncias y terminaciones laborales. Esta semana dejo El Colegio Nacional y la Ciudad de México, espero en mejores términos, para irme a navegar.