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Fernando Martín Velazco

Por medio de la presente


Este no es un poema

es mi renuncia:

es mi ciudad caída,

el mar sin olas

sobre una península superpuesta;

es la tierra sin abono,

es la tarde sin sus dudas,

son los años sin esquelas

y los albores sin vista

y los amores sin espera.

Es un árbol que cansado de crecer

no espera:

en el árido segmento

de tu ductil desprecio

decide secarse y perecer.

Esta es la respuesta

a tu pregunta:

es de mi síntesis la angustia,

el crepitar de tus estrellas;

lo último que escribo para ti.

Pongo sobre la mesa

mi renuncia por discapacidad.

No puedo encontrarte ya

sino como el síntoma fatal

que ha inscrito en los filamentos

del recuerdo

el ardor de la dicción fracaso

como desplome de su anhelo.

Adusta de la memoria

que has mancillado

has infectado

reminiscencia, sangre y lazos

como el fino estocado

de un alacrán que angustiado

causa petrificación

para defender de la desidia

sus trémulos engaños.

No puedo escribir ya de ti

sino para borrarte.

Has impedido

otra forma posible

en que pueda evocarte.

Has decidido

contratar un abismo

para imponerme el olvido a crédito fijo

de adscrito interés.

Mis recursos

ya zanjados,

mi trabajo en ti postrado,

las amarras de mis brazos

desplomadas de serlo

como el hambriento que exige perecer.

“Ya son polvo nuestros lazos”

gime el canto de nuestro antiguo fuego

sabiendo fue consuelo apenas

de un iluso frío engañado.

Y era el fuego el argumento

de mis fútiles razones

que intentaron disentir

con la joven presta a huir

e intentaron evocar la conveniencia

de memoria mas que urgencia

por dejar la lengua

y amansar la incertidumbre

no dispuesta a coincidir.

Impediste otra salida

cuando exigiste

abandonara mi tristeza

y me obligaste a posarme

sobre tus palabras muertas.

No esperes que te olvide

o te perdone:

no soy el Tiempo

amante astuto,

del que seducida

me exigiste diera vistos

de apariencia;

no me pidas que te evoque

sin tristeza,

no pretendas que es eterna mi paciencia,

no me mientas sobre esa cruel nostalgia

que apenas late derrotada

ante la furia de lo que ahora es tu extrañeza.

Ya no añoro

lo que juntos fuimos,

pues la fuerza de tus labios

transformaron

deformaron

denigraron

aquella tierna unión

que a fuerza de un pasado

no borrado: degradado

fue mutado y convertido

en la violencia de un amor

que ha traicionado su destino.

No esperes que te escriba ya

cuando exterminaste sin piedad

los mutuos signos de nuestra exclusiva lengua,

cuando lo acaecido es apatía,

cuando a través de tu facundia

en lugar de seguir viva

y compartir tu titubeo

me infectaste tu recuerdo

e incendiaste cada anhelo

que de ti

en mi latía.

Cuando temerosa y cruel

me arrebataste los signos

de tu propia vida. No me pidas.

Te encargaste dócil libre

de anular mi amor por ti.

La asesina deja huellas

pero tú borraste

de los crímenes contraste

y de los besos carmesí.

Para no temer tus culpas

decidiste apaciguarlas:

barriste las hojas

de la estación pasada,

mis pétalos de lienzo transparente.

Mi árbol seco ya no brota.

Sé que parezco muerto:

pero es preferible a colgarme el letrero

de un aroma inapresable

que ya no respiran mis tormentos.

Ahora espero germinar

muy lejos.

Dicen los jardineros viejos

astrónomos del porvenir

que cuando un árbol muere

nace una nebulosa.

Sea quizá que este amor

se convierta en “otra cosa”,

una lágrima sin su vertiente dolorosa

o un orgasmo que motive voluntad.

O un desprecio que te roa.

¿Por qué apareces luego?

Qué no entiendes ya que ruego

al santísimo no-creo

que tu imagen no aparezca

debajo de mi ropa,

en el diálogo de mesa,

en mis libros para olvidarte,

en los ojos de otra loca

en cuyo deseo pretendo

abolirte y superarte.

Alude el astro jardinero:

“si las hojas ya cayeron

no les pidas ya que vuelvan

a donde otra tarde florecieron”.

Incapaces inconexas

mis sílabas daltónicas

te reconocen apenas

—no esbozo motivaciones genealógicas:

sino deudas

con el signo de lo que en ti fueron aquellas.

Borraste las ideas que te daban sustento:

rechazaste las metáforas sobre tu propio cuerpo,

negaste nuestra historia mutua,

refutaste lo que antes para ti era bello

y me condenaste a indiferente anzuelo

de tu vorágine absoluta.

Pusiste nublos a ese atardecer

en cuyo beso quedabas sujetada,

y cambiaste las cartas de navegación

del cuerpo en que naufragué cierta mañana.

Sí, ahora eres libre.

Te dejo libre de la jaula

que haya sido este amante triste.

La cárcel se ha cerrado por dentro

y envuelta en su monólogo perenne

no se pierde,

sino alberga ahí en su centro

el tiempo posible del inmarcesible

deseo impasible.

Se han borrado ya

tus manos de mi espalda,

ya mis sueños no confunden

pechos tuyos con mis palmas.

No son versos, son razones,

lo que escribo.

No el amante,

el ciudadano apostillado ya

en otro vecindario

reconoce ante el desalojo

al que fue obligado

que incapaz de responder

sobre el pasado

ha sido convencido:

hasta su memoria se ha mudado.

Abril, 2013. Ciudad de México.

A propósito de renuncias y terminaciones laborales. Esta semana dejo El Colegio Nacional y la Ciudad de México, espero en mejores términos, para irme a navegar.

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